La
inamovible perseverancia de las FARC-EP
– 27/05/2013Posted in: Artículos y Opinión, La Pluma
de Gabriel Ángel
Tenemos todo el
derecho a llamarnos revolucionarios y a ocupar el lugar que nos merecemos en la
construcción del nuevo país.
Por Gabriel Ángel
La ideología de las clases dominantes nunca bramó
con tanta soberbia como tras la caída de la Unión Soviética. Lanza en ristre,
políticos, académicos, intelectuales, militares y hasta comunistas arrepentidos
se echaron encima del pensamiento revolucionario, alegando que carecía de
lugar, pretendiendo ridiculizar a sus defensores y celebrando misas por su
muerte intempestiva.
Absurdas elaboraciones sin el menor sustento
histórico o científico pasaron a remplazar lo que llamaron con desprecio el
metarelato. El fin de la historia, el choque de las civilizaciones, la ola
democratizadora, sucesivamente emergieron novísimas interpretaciones de la
realidad, bendecidas de inmediato por el gran capital y universalizadas con
loas por los grandes medios.
Peor aún la avalancha desatada contra los
revolucionarios en armas. Al tiempo que los marines norteamericanos
pertrechados con el arsenal más moderno, amparados por sofisticada artillería,
naves de guerra y aviones de alta tecnología destructiva, humillaban al
Ejército iraquí en la Tormenta del Desierto, se nos hizo saber que nada
justificaba ahora las rebeliones armadas.
Sin importar el lugar, las condiciones históricas,ni
la naturaleza de las contradicciones económicas, sociales, políticas o
culturales que particularizaban la situación de las distintas luchas de los
oprimidos, un decreto expedido en las alturas imperiales, y aplicado de
inmediato por sus cipayos en cada país, sentenciaba que sólo tenían algún
sentido los medios pacíficos.
Dando por sentado, por supuesto, que en todas partes
existían condiciones plenas para ejercicio de tal expresión de la lucha
popular. Y partiendo de la premisa de que todas las manifestaciones, armadas y
no armadas de inconformidad y rebeldía, habían tenido origen exclusivo en el
interés soviético por ampliar su dominio en el mundo. Muerta la madre, había
que sacrificar los hijos.
Si todas las formas de la lucha contra la
explotación capitalista eran inyectadas por el comunismo ruso, si las presuntas
injusticias y opresiones contra las que se alzaban los pueblos no eran más que
invenciones de la propaganda subversiva promovida por Moscú, si el capitalismo
era el escalón más alto e insuperable alcanzado por la humanidad, no había más
remedio que rendirse.
Entre otras cosas, porque con el derrumbe del
paradigma se pretendía probar la imposibilidad de una alternativa distinta.
Todos los medios y discursos repitieron incesantemente que la salvación buscada
no existía, como acababa de ser demostrado, pero sobre todo porque el peligro
jamás había existido tampoco. El capitalismo nunca había sido un monstruo, sino
una bendición bendita.
Canallas, miserables, dinosaurios despreciables y
estúpidos, momias congeladas en las nieves del tiempo, piezas desechables de
museo, ciegos sin lazarillo y sordos sin remedio, qué no se dijo de quienes
perseveramos en la lucha contra las injusticias. La furia reunida de todos los
huracanes era pequeña ante temible tsunami que se abalanzó sobre los
revolucionarios y rebeldes.
Muchos cedieron, es verdad. Bebieron de la nueva
fuente de la sabiduría y quedaron perplejos, anonadados por el descomunal
gigantismo del poder omnímodo. Resignaron sus ideas y sus esfuerzos por
transformarlo todo y construir su verdad. No merecen una palabra más que se
refiera a ellos. Nosotros no, nosotros seguimos apostando a la causa y seguros
de triunfar.
Desde entonces todas las iras imperiales y
oligárquicas cayeron sobre nuestras humanidades, no hubo infamia que no se
atribuyera a nuestra organización. Perseverar en la lucha se convirtió en
estigma, patíbulos ejemplarizantes se irguieron para ejecutarnos con sevicia,
los círculos del poder celebraron al unísono una y otra vez cada golpe que
recibíamos. Nos volvieron malditos.
Aun así seguimos adelante. Inspirados entre otras
cosas por la dignidad del pueblo de Cuba, esa nación de titanes que iluminados
por las palabras del Fidel y El Che, se levantaba invencible en las narices del Imperio. Animados por la claridad
diáfana del pensamiento de nuestros fundadores. Reivindicando la sangre y el
honor de aquellos de los nuestros que caían en la embestida.
Pero sobre todo, conscientes de que no porque la
repitieran millones de veces, la mentira institucionalizada iba a volverse
cierta. Mientras el hambre y la injusticia afectaran a una inmensa mayoría de
nuestros compatriotas, mientras la violencia sanguinaria del Estado continuara
cercenando miles de vidas en nuestro suelo, nuestras razones al nacer se
mantenían vivas.
No porque lograran imponerse por la fuerza de las
armas y el miedo, se volvían válidos los argumentos del gran capital para
saquear sin tregua las riquezas de nuestro país, para cortar de un tajo los
derechos conquistados por los trabajadores en un siglo de luchas, para
redistribuir la propiedad de la tierra a su favor mediante la generalización de
la masacre y el destierro.
No porque nos llamaran de la peor manera, porque
aseguraran que carecíamos de ideas y sólo nos alentaban motivaciones viles,
porque sus cantos de sirena nos invitaran a la rendición al tiempo que nos
arrojaban toneladas de explosivos y metralla encima, las FARC-EP íbamos a dejar
de alentar a nuestro pueblo a la lucha y a arrojar la decencia a un lado del
camino.
Somos revolucionarios, creemos en la posibilidad de
que el pueblo colombiano reviente las cadenas con que ataron su soberanía
nacional, apostamos sin dudar a que de abrirse los espacios para la expresión
libre del pensamiento y el ejercicio de la actividad política, sin riesgo para
la vida y la libertad, la gente honrada de nuestro país, esa gran mayoría,
alcanzará los cambios necesarios.
Siempre hemos sabido que no es mediante la fuerza
solitaria de las armas como vamos a conseguir el poder para nuestro pueblo.
Pero sí sabemos que en las condiciones violentas y ventajistas en las que la
oposición política es obligada a actuar en nuestro país, las solas vías
pacíficas resultarán insuficientes. La sola historia de la UP lo demuestra.
En la particular situación que el pueblo de Colombia
se ha visto obligado a vivir, el empleo revolucionario de las armas ha sido
necesario para sostener la resistencia y mantener abierta la posibilidad de
abrir el paso a una verdadera democracia. Ha sido la oligarquía de nuestro
país, servil al imperialismo, la que ha hecho siempre la guerra. Nosotros le
hacemos frente.
Que todo eso cambie es nuestra aspiración al dialogar
con el gobierno en La Habana. Para alcanzar esa Mesa hemos tenido que soportar
la más demencial arremetida que haya sufrido algún pueblo en toda la historia
de nuestro continente. Durante 49 años continuos, miles de mujeres y de hombres
hemos entregado lo mejor de nuestras vidas sin recibir un centavo a cambio.
Eso no nos confiere el derecho a considerarnos
superiores a nadie. También somos conscientes de eso. Pero sin duda que tanto
esfuerzo, tantas vidas regadas en el camino, tantos mártires sacrificados en la
tortura y las mazmorras, nos otorga el derecho a llamarnos revolucionarios y a
ocupar el lugar que nos merecemos en la construcción del nuevo país. Nadie
puede negarlo.
Montañas de Colombia, 25 de mayo de 2013.
COMUNICADO CONJUNTO # 16
– 27/05/2013Posted in: Comunicados, Proceso de Paz
Los delegados del
Gobierno y las FARC-EP, informan que:
Hemos llegado a un acuerdo sobre el primer punto de
la Agenda contenida en el “Acuerdo General para la terminación del conflicto y
la construcción de una paz estable y duradera”.
Acordamos denominarlo “Hacia un nuevo campo
colombiano: Reforma rural integral”.
En el próximo ciclo de conversaciones, presentaremos
el primer informe periódico de la Mesa.
Hemos construido acuerdos sobre los siguientes
temas:
•Acceso y uso de la tierra. Tierras improductivas.
Formalización de la propiedad. Frontera agrícola y protección de zonas de
reserva.
•Programas de desarrollo con enfoque territorial.
•Infraestructura y adecuación de tierras.
•Desarrollo social: salud, educación, vivienda,
erradicación de la pobreza.
•Estímulo a la producción agropecuaria y a la
economía solidaria y cooperativa. Asistencia técnica. Subsidios.
Créditos. Generación de ingresos. Mercadeo.
Formalización laboral.
•Políticas alimentarias y nutricionales.
Lo que hemos convenido en este acuerdo será el
inicio de trasformaciones radicales de la realidad rural y agraria de Colombia
con equidad y democracia. Está centrado
en la gente, el pequeño productor, el acceso y distribución de tierras, la
lucha contra la pobreza, el estímulo a la producción agropecuaria y la
reactivación de la economía del campo.
Busca que el mayor número de habitantes del campo
sin tierra o con tierra insuficiente, puedan acceder a ella, mediante la
creación de un Fondo de Tierras para la Paz.
El Gobierno Nacional formalizará progresivamente,
con sujeción al ordenamiento constitucional y legal, todos los predios que
ocupan o poseen los campesinos en Colombia.
Se crean mecanismos para solucionar conflictos de
uso y una jurisdicción agraria para la protección de los derechos de propiedad
con prevalencia del bien común.
Está acompañado de planes en vivienda, agua potable,
asistencia técnica, capacitación, educación, adecuación de tierras,
infraestructura y recuperación de suelos.
El acuerdo busca que se reviertan los efectos del
conflicto y que se restituyan las víctimas del despojo y del desplazamiento
forzado.
Incluye la formación y actualización de la
información rural para la actualización del respectivo catastro, buscando
seguridad jurídica y mejor y más eficiente información.
Pensando en las futuras generaciones de colombianos,
el acuerdo delimita la frontera agrícola, protegiendo las áreas de especial
interés ambiental.
Buscando un campo con protección social, erradicar
el hambre a través de un sistema de alimentación y nutrición.
Lo convenido hasta ahora forma parte de un acuerdo
más amplio que esperamos lograr en los próximos meses el cual contiene seis
puntos. A partir del siguiente ciclo de conversaciones que se inicia el 11 de
junio, comenzaremos la discusión del segundo punto de la Agenda incluido en el
“Acuerdo General” de La Habana, denominado Participación Política.
Uno de los principios que guían estas conversaciones
es que “nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Esto quiere decir que
los acuerdos que hemos ido construyendo, están condicionados a que lleguemos a
un acuerdo sobre la totalidad de la Agenda y, también, que en la medida en que
se avance en la discusión se puedan ajustar y complementar los acuerdos sobre
cada uno de los sub puntos.
Queremos destacar que en estos 6 meses de
conversaciones no solamente hemos discutido el tema agrario. En este lapso se
dio vida al proceso de conversaciones, se convino la manera de trabajar en
plenaria, comisiones o por separado y se pusieron en marcha distintos
mecanismos de participación y consulta ciudadana para recibir propuestas y
opiniones de ciudadanos y organizaciones sociales. Estos mecanismos y procedimientos
de trabajo y participación ya están en marcha, por lo que esperamos que hacia
adelante avancemos con mayor celeridad en la búsqueda de acuerdos.
Resaltamos el aporte de la Oficina de Naciones
Unidas en Colombia y el Centro de Pensamiento Para la paz de la Universidad
Nacional en la organización de los foros que se han realizado en Bogotá sobre
los temas Agrario y de Participación Política. También incorporamos los aportes
de las mesas regionales organizadas por las Comisiones de Paz del Senado y la
Cámara de Representantes de Colombia.
Agradecemos a los miles de colombianos y
colombianas, y organizaciones sociales que nos han hecho llegar sus propuestas
y opiniones sobre los puntos de la Agenda a través de los foros, la Página Web
o los formularios que están disponibles en alcaldías y gobernaciones. Todas y
cada una de estas propuestas han sido recibidas por las delegaciones en La
Habana. En la Mesa de Conversaciones se acordó y puso en marcha un
procedimiento para recibirlas ordenadamente, clasificarlas y tenerlas
disponibles en medio electrónico.
Queremos agradecer de manera especial a Cuba y
Noruega, países garantes de este proceso, por su permanente apoyo y por el
ambiente de confianza que propician. La presencia de sus representantes en La
Mesa de conversaciones es factor fundamental para el desarrollo de las mismas.
Igualmente agradecemos a Chile y Venezuela, países acompañantes, a quienes las
delegaciones informan periódicamente sobre la marcha de los diálogos.
Estos cuatro países conforman un grupo de naciones
amigas del proceso que valoramos de manera especial, al igual que agradecemos
las expresiones de apoyo de otras naciones, organismos y líderes
internacionales que fortalecen la confianza en el camino que estamos
transitando.
La Habana, mayo 26 de 2013
COMUNICADO DE LAS FARC EP
AL CERRAR NOVENO CICLO
– 27/05/2013Posted in: Comunicados, Proceso de Paz
Compatriotas,
Luego de
discutir durante meses en torno a nuestra problemática rural y de buscar
soluciones que efectivamente reivindiquen y rediman al campesino, a las
comunidades indígenas y afro-descendientes, y que favorezcan el buen vivir de
los colombianos, hemos avanzado en la construcción de un acuerdo, con
salvedades puntuales, que necesariamente tendrán que ser retomadas, antes de la
concreción de un acuerdo final.
Las reivindicaciones históricas más sentidas de las
comunidades rurales y empobrecidas, fueron bandera al viento en nuestras manos,
y argumento para el debate en la Mesa de Conversaciones. Nos erigimos en voz de
las gentes del común, de los campesinos sin tierra frente a las alambradas de
las grandes propiedades, de las comunidades rurales resueltas a defender su
territorio amenazado por la depredación minero-energética de las
trasnacionales… Las Cien Propuestas mínimas orientadas al DESARROLLO RURAL Y
AGRARIO PARA LA DEMOCRATIZACIÓN Y LA PAZ CON JUSTICIA SOCIAL DE COLOMBIA, son
una muestra fehaciente de la profundidad de nuestro compromiso. Allí están plasmadas
las ideas de justicia que los de abajo han querido que se les escuche y se les
reconozca.
Luego de 22 años de vigencia de una Carta Magna que
consagró derechos en el papel, mientras desató su política neoliberal
generadora de miseria, desigualdad y violencia, es hora de exigir que la letra
muerta de beneficio social de la Constitución y la Ley, resuciten, recobren
vida, y sea cumplida por las elites empotradas en el Estado.
En La Habana estamos abriendo una senda para que el
pueblo actúe, se movilice, en defensa de sus derechos y siga haciendo escuchar
su voz como protagonista principal de la construcción de la paz. Pero preocupa
que mientras las mayorías claman reconciliación y expresan sus anhelos de
justicia, el país tenga que seguir soportando la inclemencia de medidas y
políticas económicas que entregan nuestro territorio a la voracidad de las
transnacionales, se siga profundizando la desigualdad, y continúen cayendo
compatriotas, de lado y lado, en una guerra de medio siglo que urge una salida
política.
Este acto de cierre de un ciclo temático es al mismo
tiempo la apertura al trascendental debate en torno a la democracia colombiana.
Muchas preocupaciones orbitan nuestra conciencia de voceros de los anhelos
populares con relación al trascendental asunto de la Participación Política,
que abordaremos en la Mesa de Diálogo de La Habana a partir del 11 de junio.
Urgentes
cambios estructurales están tocando las puertas del Estado, reclamando
participación ciudadana en las decisiones y en la adopción de políticas que
comprometen su futuro de dignidad. Tenemos que volver la mirada hacia nuestros
orígenes, para encontrarnos con la enseñanza del Libertador que nos dice
que “La soberanía del pueblo es la
única autoridad legítima de las naciones”, que “El destino del ejército es
guarnecer la frontera. ¡Dios nos preserve de que vuelva sus armas contra los
ciudadanos! Basta la milicia nacional para conservar el orden interno”, “las
minas de cualquier clase, corresponden a la República”, y, “La hacienda nacional
no es de quien os gobierna. Todos los depositarios de vuestros intereses deben
demostraros el uso que han hecho de ellos”.
En las actuales circunstancias nos preocupa, por
ejemplo, la captura del Estado por parte de grupos de poder que aprueban leyes
y regulaciones que solo favorecen su egoísmo mientras desprecian el interés
común y llevan la desigualdad y la defensa violenta de sus capitales, más allá
de los límites de lo infrahumano.
Una suerte de “macrocriminalidad”, en la que reinan
la corrupción y la impunidad, se ha apoderado del Estado colombiano. Sigue éste
enredado en la telaraña de la ilegalidad narco-paramilitar. Y pululan todavía
los comisionistas que hacen el puente entre el Estado, empresas legales y la
ilegalidad, para lavar activos, celebrar contratos, robar los recursos de la
salud, y saquear las arcas de la nación.
Todos estos, son elementos que hoy obstruyen la
posibilidad de construir una alternativa de solución diferente a la guerra,
pero confiamos en la sabiduría de las organizaciones sociales, políticas y
populares de Colombia, que sabrán desbrozar el camino hacia la paz.
El esfuerzo colectivo por la paz de Colombia tendrá
que ser compensado con un tratado justo y vinculante rubricado por una Asamblea
Nacional Constituyente que funde nuestra reconciliación a perpetuidad.
El Estado colombiano espera una transformación estructural
profunda, que complemente medidas
trascendentales similares a las que ahora hemos acordado, como la de la
formalización progresiva de todos los predios que ocupan o poseen los
campesinos de Colombia.
La Habana, Cuba, Sede de los diálogos de paz, Mayo
26 de 2013
De Marquetalia a La
Habana: 49 años luchando por la paz
– 27/05/2013Posted in:
Las FARC-EP, con ocasión de cumplirse este 27 de
mayo el 49 aniversario de nuestra fundación en Marquetalia, enviamos un saludo
patriótico, revolucionario y fraternal al conjunto de las masas populares que
luchan por la justicia en Colombia, Nuestra América y el mundo.
Nacimos como un puñado de mujeres y hombres del
pueblo de Colombia, obligados por la brutal violencia ejercida en beneficio de
minorías privilegiadas por el poder del Estado, a alzarse en armas en defensa
de su vida, su dignidad y sus sueños. Manuel Marulanda Vélez, Jacobo Arenas,
Hernando González Acosta y el resto de los 46 campesinos y 2 campesinas que
suscribieron el Programa Agrario de los Guerrilleros en 1964, encarnaron con
legendaria bravura la erupción de un sentimiento nacional de resistencia y
denuncia contra el crimen, la impunidad y la intolerancia.
Las FARC-EP somos producto del crisol en que al
calor del fuego y el filo de otras armas, la oligarquía colombiana pretendió
entronizarse hasta la eternidad en la dirección del Estado. Viejos partidos
compuestos por terratenientes y burgueses de distintas esferas, inspirados en
la doctrina fascista de seguridad nacional, ensoberbecidos por el apoyo
incondicional del gobierno de los Estados Unidos en su afán de dominio
continental, se encargaron de hundir a Colombia en la horrible noche de muerte,
persecución y terror que por desgracia aún no termina.
La guerra, la violencia y el miedo generalizado han
sido siempre, a lo largo de la historia universal, instrumentos favoritos de
los poderosos. Colombia no es una excepción. Para demostrarlo basta una mirada
desapasionada sobre los acontecimientos que han bañado de sangre y dolor la
vida de los más débiles y humildes desde los lejanos días de la conquista. O
los sucesos que precipitaron en nuestra nación el asesinato de Jorge Eliécer
Gaitán y la furia violenta del Estado que aún no cesa. En nuestro país, en los
últimos 65 años, las víctimas no se cuentan por miles, sino por centenares de
miles y por millones. Y toda la responsabilidad recae sin duda en las clases
dominantes y sus ambiciosos partidos políticos, aunque se vistan de etiqueta y
se laven con pulcritud las manos.
La tranquilidad del hogar, la concordia, los
sentimientos de paz, han sido en cambio el más valioso patrimonio de las
mujeres y los hombres que viven con sencillez del trabajo de sus manos. La guerra, toda guerra, consiste en un
enfrentamiento desatado por los ricos en contra de los pobres. Las mejores
tierras, los grandes proyectos de explotación de hidrocarburos, las concesiones
mineras, las áreas urbanizables, todo cuanto representa un importante negocio,
desata de inmediato las fieras hambrientas, con disimulo o sin él, contra los
más pacíficos habitantes condenados a vender, marcharse o morir. La guerra
incluye entonces el silencio y la mentira.
Las FARC-EP somos pueblo que enfrenta con armas las
armas del poder y la riqueza. Sentimos por tanto el más inmenso aprecio por la
paz que nos robaron, la paz que le robaron a Colombia los negociantes y
politiqueros. Nunca hemos querido la guerra. Desde antes del ataque a
Marquetalia, nuestros fundadores reclamaron ante el Estado, la Iglesia y la
comunidad internacional por un diálogo. Nada detuvo la obsesión de los
azuzadores enquistados en el parlamento y el gobierno. Durante estos 49 años
siempre hemos luchado por una solución política al conflicto. Nuestro sueño más
querido es que termine definitivamente esta guerra que desangra la patria.
Lo cual no equivale a arrojar los fierros al suelo y
volver sumisos al redil, hay que atacar las causas del conflicto. Las clases
dominantes en Colombia, los dueños tradicionales del poder y la fortuna, deben
cesar para siempre sus conductas violentas, poner fin a sus prácticas
intolerantes, desmontar sus aparatos de muerte y terror, permitir que en
Colombia se instaure la democracia verdadera, que se proscriban la estigmatización
y la amenaza, la persecución y el destierro, el crimen que garantiza con su
impunidad la dominación por el miedo.
El pueblo colombiano, la gente trabajadora y humilde
que soporta los rigores de la pobreza y es acosada por sicarios de diversa índole,
la enorme masa a la que sólo se le ofrecen migajas a cambio de inclinar con
mansedumbre la cerviz, tiene todo el derecho a organizarse políticamente, a
expresar sus sentimientos de inconformidad y sus propuestas de cambio, a hacer
política sin riesgo de ser asesinados. Las víctimas y opositores a la salvaje
locomotora minera, los afectados de todo orden con los TLCs y las políticas
neoliberales de despojo, deben contar con plenas garantías para el trabajo
pacífico en torno a la abolición de esas atroces políticas contra la humanidad.
La guerra tiene que ser terminada. Lo está exigiendo
en las calles la inmensa mayoría de colombianos. Para materializar en verdad
ese objetivo, esos esfuerzos tienen que armonizarse y coordinarse, unirse de
manera sólida y pronunciarse de manera enérgica. Será imposible poner fin
definitivo a la guerra en nuestro país, si el bloque dominante de poder
desconoce que la consecución de la paz implica profundas reformas, de carácter
estructural, en las instituciones y en la vida nacional, sin las cuales no
desaparecerán jamás las causas de la guerra. Lo comprendimos perfectamente las
FARC-EP desde el primer intento de reconciliación en Casa Verde y nos
mantenemos fieles a esa posición, la única que beneficia sin ningún interés a
Colombia.
Si la oligarquía se niega a hacer los cambios, la
enorme multitud del pueblo movilizado se encargará de imponerlos. Nuestro país
atraviesa por un momento histórico y crucial. La nación colombiana no puede
permanecer más en silencio, como simple espectadora de unos diálogos en el
exterior y a la expectativa de sus resultados. Los foros celebrados en Bogotá
en torno a la Política Agraria Integral y a la Participación Política, pusieron
de presente el enorme caudal de posiciones coincidentes y la potencialidad de
los anhelos por transformar nuestro país hacia una democracia verdadera, en paz
y con justicia social. Pero no basta con ello.
La ponencia y el discurso no conmueven un ápice la
conciencia de los personeros del régimen. Hace falta mucho más. Que se repitan
una y otra vez movilizaciones como las del 9 de abril. Que el pueblo hable y se
haga respetar. El no a la guerra tiene que ser un sí a la reforma agraria
integral, un sí rotundo al freno de la locomotora minera, un sí rotundo a una
Asamblea Nacional Constituyente que consagre efectivas garantías democráticas,
un sí a la desmilitarización del territorio nacional, un sí a la prohibición de
los garrotes del ESMAD, un sí a la justicia contra los responsables ocultos y
visibles de los grandes crímenes contra el pueblo colombiano.
Las FARC-EP no íbamos a desechar de ningún modo los
ofrecimientos del Presidente Santos en el sentido de intentar la vía de una
solución civilizada y dialogada al conflicto colombiano. Cuando comenzó este
gobierno, llevábamos 46 años combatiendo por ello. Sabíamos y sabemos, como
recién ratificó en la prensa el Alto
Comisionado de Paz, que las intenciones del régimen no eran otras que
las de conseguir nuestro humillante sometimiento al precio de un aplastante
encarnizamiento mediático. Pero un Ejército del Pueblo como el nuestro, que
conoce el auténtico sentir de los colombianos, sabía que no había razones para
temer. Poco a poco, lenta pero firmemente, se iría levantando un clamor muy
distinto por la paz.
Hoy ya comienza a sentirse la fuerza de ese poderoso
eco por todos los rincones del país. Ya Colombia entera expresa que la paz es
el nombre de la justicia social. Ya la nación comprende que la fórmula santista
de oponer un no rotundo a cuanto se le plantea en la Mesa, es un cebo
hábilmente concebido para validar su entrega definitiva a los intereses del
capital extranjero. La Agenda pactada en La Habana no servirá jamás, por parte
de las FARC-EP, para endosar el imperio del neoliberalismo y santificar la dictadura
civil en nuestras instituciones. No existen ningún tipo de acuerdos secretos
como afirman algunos politiqueros con perversos propósitos.
Las FARC-EP creemos sincera y apasionadamente que la
paz es posible, y que las circunstancias son abiertamente propicias para
conseguirla. No tenemos la menor duda acerca de la importancia de la existencia
de la Mesa de Conversaciones en Cuba. Se encarga de confirmárnoslo el
plebiscito nacional e internacional de respaldo que recibimos a diario.
Confiamos en que el pueblo colombiano avanzará sin parar hacia esa Mesa, para
hacerse oír, y en que tanto él como la comunidad internacional se encargarán de
blindar los diálogos para impedir que se rompan por parte del gobierno, una vez
vea claro que las cosas no se van a dar como las planeó. Esta vez no podrán
proceder como lo hicieron doblemente en Casa Verde, Tlaxcala o el Caguán.
Al tiempo que compartimos el regocijo de completar
49 años continuos de lucha por la paz,
reconocemos el heroico esfuerzo de todas aquellas mujeres y hombres, ancianos y
niños, que de una u otra manera han puesto su cuota de sacrificio en apoyo a
nuestra lucha. Nuestros combatientes caídos en combate o encerrados en
prisiones provinieron, al igual que todos los demás, de esa masa humana esperanzada
y noble que con abnegación silenciosa lo ha arriesgado todo por nosotros.
Nuestros muertos y heridos, nuestros prisioneros, nuestros guerrilleros y
milicianos asediados por bombas y metralla, nuestros camaradas clandestinos,
nuestros héroes extraditados, lo han entregado todo, sin ningún interés
personal, por Colombia y su gente, por la paz y la justicia. A todos ellos, a
todas ellas y a nuestro pueblo, un homenaje sincero en este nuevo aniversario.
¡Hemos jurado
vencer!… ¡Y venceremos!